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Llevo 22 otoños sobreviviendo al mundo y viviendo en el medio de la nada, mientras plasmo el mundo en palabras desde mi punto de vista.

domingo, 19 de julio de 2015

Él y ella.

Él era lo que era al estar con ella, era él mismo, era feliz y sólo cambiaba con los demás porque era la mitad de su ser, el resto lo ocultaba y reservaba para una sola persona. Ella. Ella era la única que había conocido todas sus facetas, las buenas y las malas, incluso hasta las desconocidas por él. Ella lo había apoyado siempre, lo había reparado cada vez que se rompió y lo había levantado siempre que cayó. Era la única persona autorizada a entrar al infierno del chico, pero era la única que se atrevía a hacerlo cuando éste empezaba a hervir. Ella lo había elegido desde el primer día, no importó el contrincante, él siempre salía ganador en la batalla y es que era inevitable, tanto por la personalidad como por los sentimientos mutuos. Se lo dijo, él lo sabía, ella se lo demostraba todos los días. Lo elegía y lo volvía a elegir, sea cual fuera la situación y en cualquier papel, cualquier rol. Era por eso que estaba eternamente agradecido y en deuda con la chica, por todo aquello que le ofrecía. Y entonces él perdió el rumbo, se tornó opuesto a lo que era, y eso terminó por afectarle a ella, la cuál resultó gravemente damnificada. De todas formas, ella no dejaba de elegirlo, aunque lo intentaba, y mira si lo habrá intentado, que hasta hizo planes que llevaran a que el chico la odiara por las acciones. Pero, claro, eso no funcionó; no puedes odiar a quién amaste, le había dicho. El problema era que él no la había elegido ésta vez, sólo la había dejado ir y las razones eran muchas, pero la culpa no era de ella, aunque lo hacía para que la felicidad regresara a quién realmente correspondía. A ella, a su pequeño e infinito intermedio, a su otra mitad, a lo mejor que le había pasado en su vida, a la chica que andaba descalza y le temía a la oscuridad, a la mujer independiente y fuerte, a su soporte, a su chica.

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